sábado, 9 de julio de 2011

Sobre la cesión de edificios al Niemeyer

Seré muy claro y directo. ¿Porqué tenemos que ceder nada a nadie? Que tal si pagan un alquiler como todo hijo de vecino y explotan el negocio como algo serio y no con el dinero de los ciudadanos de a pie.

miércoles, 6 de julio de 2011

Café, el paria del restaurante

Interesante artículo de elmundovino.com por Paco del Castillo. Ahora que es verano para variar un poquito.

Es tremendamente injusto que, siendo la taza de café la bebida que más contribuye (en términos relativos) a las arcas de la hostelería, siga siendo el más maltratado de los alimentos y bebidas de la restauración: el hermano pobre. Y este evidente maltrato (a los clientes) se puede observar desde una doble óptica, por un lado desde perspectivas cualitativas porque la mayoría de los cafés que consumimos en nuestro país son de calidades muy bajas, y por otro, por la escasa diversidad de la oferta cafetera. Y si a todo ello se le añade la escasa exigencia del consumidor, entonces tenemos el mejor panorama posible para que la situación no cambie, y si cambia que sea para que todo siga como hasta ahora.


No creo que exista en nuestro país un bar o restaurante, por cutre que sea, que tenga tan sólo una marca de whisky, de ron, de ginebra o de cualquier bebida (de moda). Sin embargo en cuanto al café no hay posibilidad de elección, salvo solo cortado, con leche, con hielo, etc., es broma claro. Solamente hay de una marca que generalmente es la que ha 'regalado' la cafetera, las tazas, etcétera y tiene una exclusividad. Lo de regalado es un decir, porque se está cobrando con creces con el sobreprecio que incorporan al kilo de café. De regalo, nada de nada.

Incluso en la mayoría de los establecimientos que se denominan cafeterías (hay honrosas excepciones), solamente cuentan con un café, en general poco mejor que lamentable, mezcla de torrefacto y natural, y quizá, como signo de preocupación por el producto y como deferencia al cliente, pueden llegar a ofrecer, el no va más, nada menos que ¡un descafeinado de máquina!, que está muy rico.

Y a todo esto... ¿por qué me preocupo por el café? Pues porque me gusta y llevo tomando café desde que tengo uso de razón o incluso antes, porque empezaría a tomarlo con tres años y no por eso soy un adicto, tomo uno o dos al día como mucho. Si en el consumo per cápita de vino, pan, aceite de oliva virgen extra, lácteos, queso, frutas y verduras estoy muy por encima de la media nacional, en el del café reconozco que no doy la talla. ¿Y qué café tomo? En casa, como yo lo compro, muy bueno, algo que no se puede decir del que comparto como rito social cuando estoy por ahí trabajando, aunque hay a veces que me encuentro con fantásticas excepciones, por ejemplo, en el Consorcio Escuela de Hostelería de Islantilla hay días que puedo llegar a tomar cuatro cafés, de excelente calidad.

Y con el café me ha ocurrido como con el vino y con otros alimentos y bebidas, que los que tomaba antaño, por ignorancia y menor exigencia, no tenían la alta calidad de los que ahora disfruto. Lógicamente en los diversos cursos de sumiller que dependen de mí el café, impartido por un gran experto docente, tiene la relevancia que merece.

Lógicamente, este escrito se debe considerar como una romántica (entendida como causa perdida) reivindicación de un consumidor de café exigente, nunca de un experto, que por supuesto no lo soy, y con él que pretendo suscitar un poco (o un mucho) la polémica y el intercambio de opiniones.

Una asignatura pendiente

Y en los restaurantes, alta restauración incluida, la situación no mejora demasiado, el café sigue siendo la asignatura pendiente más difícil de aprobar y su ritmo de avance es mucho más lento que el de las restantes asignaturas que se van superando (más o menos) los vinos, los panes, los quesos, las cervezas, y los aceites.

En efecto, hay restaurantes excepcionales que cuidan mucho los detalles y ofrecen calidades extremas en todos sus productos pero que bajan bastante el nivel cualitativo del establecimiento en el asunto del café.

Y no solamente porque ahorren en la materia prima sino que también descuidan la preparación de la taza según la cafetera. Esto que acabo de decir puede sonar a sacrilegio porque alguien pensará ¿Existe alguna otra además de la espresso? Cuestionar esta cafetera a la que los españoles (e italianos) profesamos una sentida adoración (casi religiosa) parece un acto gratuito, provocador y contra natura.

En su favor (de la espresso) hay que reconocer que resuelve con gran eficacia los problemas de las horas punta de las cafeterías con rendimientos de tazas por hora imbatibles para cualquier otro sistema de preparación, y también es ideal cuando se desea un café concentrado. También se podría añadir en su defensa que como la mayoría de los consumidores desayunan café con leche, su alta concentración puede defender mejor la personalidad del café (si éste es bueno) ante la invasión del lácteo.

Pero también se puede entender que no se pretende el mismo objetivo cuando se degusta un café en un ambiente relajado después de una buena comida que cuando se consume por la mañana como fuente de cafeína a modo de despertador o como dice la gente para 'ponerse las pilas'. Y por ello un café que se sirva en un restaurante como final de almuerzo o bien entre horas en animada conversación, debería tener una preparación más respetuosa con la calidad de la materia prima y esta superior calidad –este es un juicio de valor mío– se puede conseguir con las cafeteras de émbolo o con las de filtro. Reconozco que la preferencia hacia un sistema u otro no deja de ser una cuestión de gusto personal y de hábito cultural, pero por lo menos que en estos establecimientos selectos nos dejen la posibilidad de elegir.

Un ejemplo de calidad lo da la Escuela de Hostelería de Mendizorrotza (Vitoria) en el menú degustación, muy recomendable, por cierto. Al final de este festín gastronómico ofrecen la posibilidad de disfrutar de cafés de diferentes orígenes y dan la posibilidad de elegir la preparación en cafetera espresso o en cafetera de émbolo individual para que la persona informada controle la extracción (separando antes o después) los posos y de este modo la ligereza o corpulencia deseada en la infusión. Claro que no siempre se puede hacer esto. Entiendo que en un establecimiento de banquetes de 300 personas, no van a tener 300 cafeteras individuales, pero en un restaurante de alto nivel no es descabellado su uso para quien lo desee.

Malos hábitos, cafés ideales y cambio generacional

Si la alta restauración española (según los críticos, la mejor del mundo), no 'tira del carro' de la calidad del café (afortunadamente, hay bastantes excepciones), no hace falta ser muy pesimista para pensar que no vamos por el mejor camino posible.

¿Por qué es poco exigente el consumidor español? Es una pregunta difícil, de esas que se contestan diciendo ¡por favor, hágame otra!, pero quizá haya estado determinada por unos hábitos culturales de consumo consolidados en las anteriores décadas por los que se ha creado un paradigma de café ideal en el cual se valoraba fundamentalmente el color oscuro y el espesor o cuerpo ¿Reminiscencias de una posguerra en la que se utilizaban los posos para varias infusiones? Y he dejado aparte otro de los atributos exigibles: el excesivo amargor, que exige como práctica habitual añadir, antes en terrones y ahora en sobres, azúcar para compensar el negativo impacto sensorial y equilibrar un poco la infusión. Es difícil, a mí no se me ocurre, encontrar otro alimento o bebida que tenga un referente ideal más apartado de la lógica racional que debe presidir su equilibrio organoléptico; ahora estoy hablando como profesor de análisis sensorial: entendemos por atributos organolépticos de los alimentos aquellos que pueden ser evaluados por medio del análisis sensorial.

La publicidad lía aún más la madeja, porque como el café es la segunda materia prima después del petróleo que mueve más dinero, está en manos de las grandes multinacionales del sector, que nos ofertan como maravillas cafés de calidades más que dudosas, siendo generoso con el calificativo.

Solamente hay que conectar la televisión (ni la TVE ni la 2, claro) para apreciar la fuerte campaña de las multinacionales en televisión con lo último en cafés: el sistema de cápsulas, que por cierto tienen un precio entre tres y cinco veces superior por taza al café comprado en grano o molido. Entre ellas hay grandes diferencias cualitativas y la más aceptable de todas, que es la que más se anuncia, en algunas mezclas ofrece cafés de calidad interesante a precio (eso sí) de calidad de lujo, pero la comodidad manda, una comodidad que se paga con creces.

En el café ni tan siquiera podemos esperar un cambio generacional porque la juventud apenas lo conoce. A los niños no se les da café no sólo porque sus padres apenas lo valoren (muchos toman cacao con leche), sino porque piensan que puede ser perjudicial para la salud; en cambio se pueden atiborrar de Coca-Cola, bebida refrescante que puede tener la misma cantidad de cafeína que una taza de café arábico lavado obtenida por sistema de filtro o de émbolo (puchero). No obstante, más adelante se cuenta una curiosa anécdota de una cata infantil de cafés.

A pesar de todo, hay que ser optimista porque aunque poco algo se avanza y ya hay más consumidores exigentes que valoran más la suavidad, la acidez y los aromas del café. Es decir, buscan esa armonía sensorial que debe ser la consecuencia de una buena materia prima, bien trabajada en el tostadero, fresca y correctamente extraída en la infusión.

La anécdota infantil

Para terminar de hablar del hipotético recambio generacional y casi de los malos hábitos culturales (porque volveré en España es diferente) me serviré de una anécdota (bastante esperanzadora) en una cata de cafés para niños organizada en un tostador de una empresa que cuenta con algunos de los mejores cafés de España. Estábamos seis adultos (padres y madres) y seis niños de edades entre 4 y 12 años, las edades paternas y sobre todo maternas no vienen al caso. En la experiencia se cataron cuatro tipos de café, uno de la variedad 'robusta' y los otros tres de variedades arábicas de diversa procedencia: Colombia, Brasil y Jamaica, y, por supuesto, todos los cafés tenían el mismo grado de frescura, estaban muy recientes.

El resultado fue interesantísimo y bastante concluyente, sobre todo en la parte infantil porque no son niños acostumbrados a tomar café, es decir, son paladares vírgenes que no tienen los malos hábitos culturales de los mayores. No obstante, debe decirse que como los padres tenemos ciertas inclinaciones gourmets, están acostumbrados a tomar buenos productos y los saben valorar en la medida de las posibilidades que les permite su todavía corta experiencia.

Los niños coincidieron tanto en el café que menos les gustó cómo en el que les pareció más agradable. La taza que rechazaron por los aromas y sabores desagradables fue (obviamente) la de café robusta, al fin y al cabo, son pequeños pero no son tontos. Y hubo coincidencia en su preferencia por el café de Brasil.

En el caso de los mayores las preferencias fueron hacia el café Colombia, con buenos aromas y excelente (alta) acidez (que quizá sea el parámetro que penalizaron los niños) y el rechazado fue también el café robusta. Curiosamente el café Jamaica Blue Mountain, el más caro (con diferencia) del mundo, no fue el mejor valorado, los mayores lo encontramos falto de matices, lo que en términos vinícolas sería de perfil algo plano.

Otra anécdota, ésta lamentable

Continúo con otra anécdota más pretérita, pero esta no tan esperanzadora sino lamentable.

Imaginen una escena real de la que se omiten los nombres, se dice el pecado pero no el pecador, y que ocurrió hace tiempo, era la época de la peseta y a finales del pasado siglo.

Un director de alimentación y bebidas, de un importante (muy importante) hotel de Madrid llama a su proveedor de café (en su ámbito también muy importante por la alta calidad de sus productos) para charlar de forma amistosa.

El director expone que está revisando los capítulos de gastos del hotel y he llegado a la conclusión de que el café le parece de precio elevado y que debería bajarlo.

Responde el cafetero: a mí me cuesta caro el café verde y lo pago porque lo vale, y además creo que el café que te sirvo tiene una buena relación calidad-precio.

Réplica: No te digo que no, pero te gastamos mucha cantidad y tengo un proveedor que me ha ofrecido café a 200 pta. más barato el kilo, y claro, nos supone un ahorro importante al año porque gastamos mucho café.

Y contrarréplica: Lo entiendo, pero no te puedo bajar el precio porque está bastante ajustado y yo también necesito los márgenes de beneficio para poder funcionar como empresa y además vosotros tarifáis el café por encima de las 500 pesetas.

Bueno, pues después de un breve, llamemos, tira y afloja verbal el empleado del hotel le dice que puestas así las cosas ya no le va a comprar más café.

El empresario cafetero le responde que aunque no lo entiende le parece muy bien, y que no se preocupe porque cafés más baratos (y peores) hay de sobra en el mercado.

Como la "insalvable diferencia de precio" entre los cafés era de 200 pesetas por kilo, el regateo del hotelero parece más una cuestión de fuerza que de lógica económica. En efecto, suponiendo que de un kilo se puedan obtener en una cafetera espresso 125 tazas (que se pueden sacar algunas más), con el nuevo (y peor café) se estaba disminuyendo el coste de la taza en algo menos de lo que ahora supone un céntimo de euro. La disminución parece ridícula sobre todo si se considera que el café se vendía en el establecimiento a más de 500 pesetas.

En resumen, al hotelero no le importaba hurtar bastante calidad a la clientela para sanear mínimamente su cuenta de resultados. Es lo que se suele llamar coloquialmente "ahorrar en el chocolate del loro".

En mi opinión no se puede bajar la calidad de un producto, en un establecimiento de semejantes características, que siempre debe esforzarse en ofrecer a su clientela lo mejor de lo mejor.

Pero al empleado le habían dicho que había que aumentar los beneficios y lo hacía de la peor manera porque su actuación en este caso puntual fue más mezquina que rentable. Y digo mezquina, porque en las Facultades de Ciencias Económicas y Empresariales explican claramente que los beneficios no solamente se pueden incrementar minimizando los costes sino también aumentando las ventas.

Esta reducción de costes no solamente se puede conseguir vía merma de calidad, autoservicio en restaurante, y personal escaso o poco cualificado (al que se le paga poco) sino también consiguiendo un equipo humano muy profesional, una buena racionalización y una eficaz mejora de la gestión.

La calidad aumenta las ventas

Y una forma racional y lógica de incrementar las ventas es ofrecer la máxima calidad y superar las expectativas del cliente para, de este modo, aumentar la clientela o que ésta consuma más café.

En el caso que nos ocupa ofrecer cafés de alta calidad y de diferentes orígenes está dando óptimos resultados económicos, como demuestran las abundantes franquicias de cafés y tés porque ya existe un (todavía) incipiente (pero creciente) sector de la demanda que empieza a valorar los buenos cafés.

Volviendo al establecimiento hostelero se puede y debe tener un café (básico) de calidad de uso normal, por ejemplo un buen café Colombia lavado de calidad de buen calibre (criba 17-18), y otro de precio superior, por ejemplo un Kenia AA, que goza de buena aceptación para los gourmets españoles.

Además de estos cafés, se pueden ofrecer algunos más y, por ejemplo, ir rotando, cada día de la semana, por todas las grandes zonas productoras de cafés de calidad ofreciendo de acompañamiento algunas pastas o mignardises. Aunque solamente sea por probar cuál es que más le gusta, la persona que tenga cierta sensibilidad 'gourmet' posiblemente se tomaría más de un café. De este modo, no solamente se estarían aumentando las ventas, sino también colmando las expectativas de gran parte de nuestros clientes. Y, lógicamente, incrementando los beneficios porque todos sabemos que una taza de café es muy agradecida, en términos contables.

Y si procuramos que funcione convenientemente la información 'boca a boca', se llegará incluso a fidelizar clientela cafetera, porque irán a tomar café a ese hotel de sensibilidad cafetera incluso personas alojadas en otros establecimientos. Es lógico, porque les están descubriendo una nueva dimensión sensorial y haciendo disfrutar de una apasionante bebida. Para ayudar más se podría apoyar la oferta de cafés de forma didáctica, o meramente informativa, y el éxito estaría más asegurado. Por ejemplo, se puede confeccionar una carta de cafés con una descripción de orígenes, elaboración y otra información de interés, o incluso pequeñas fichas alusivas a cada café para que los clientes se las puedan llevar.

España sigue siendo diferente

Pero, de momento y afortunadamente para el empleado de hotel de la anécdota inicial, en el caso del café no iba a tener graves problemas: el hotel está ubicado en Madrid, España, y por suerte para él parte de su clientela, en general el consumidor nacional, era, y sigue siendo todavía hoy, muy poco exigente con la taza de café.

En efecto, paradójicamente, el español medio sigue pensando que somos un país muy cafetero y, por supuesto, entendido y exigente en el café. Es frecuente escuchar: estuve de vacaciones por los países nórdicos y vaya café más malo que tienen, en Bélgica el café que te tomas parece recuelo, los americanos no tienen ni idea de café, o bien ¡Qué ganas tenía de volver a España para tomar un café de verdad!

Lamentablemente, es una visión tan patriotera como distorsionada. La cruda realidad es que somos poco consumidores de café, empezando por mí mismo, como demuestra nuestro bajo consumo anual, menos de 4 kilos per cápita, frente a los 10 kilos de Finlandia, que dicho sea de paso es el único país europeo al que superamos en consumo de vino per cápita.

Y si esto ocurre en el apartado cuantitativo en el cualitativo también salimos desfavorecidos debido a la adquisición de gran cantidad de cafés de la peor (en general) procedencia varietal: Coffea canephora, es decir robusta. Compramos más cafés robusta que nuestros vecinos europeos.

Por todo lo cual, posiblemente los españoles seamos en estos momentos, y no es una exageración, de los consumidores menos exigentes del mundo.

Baste para señalarlo el dicho popular según el que "Cada letra de la palabra café explica lo que debe ser una buena infusión: Caliente, Amargo, Fuerte y Espeso". Aunque es cierto que ha perdido peso, sigue teniendo plena vigencia para la mayoría de los españolitos.

Y en este contexto mental tiene un marcado protagonismo la figura del malo de la película: el café torrefacto, que es, hablando claro, la antítesis de lo que debe ser un buen café desde el punto de vista organoléptico.

En este aspecto España tiene la peculiaridad, o, mejor dicho, el dudoso honor, de ser uno de los cuatro o cinco países del mundo que comercializan el café torrefacto.

El malo de la película

¿Y qué es el café torrefacto? Como bien sabemos es un café al que en el momento del tueste se le añade ¡azúcar!

Esta palabra no se debe confundir con el grito de guerra de la añorada Celia Cruz, sino que es un maravilloso invento para ganar dinero fácil, como después se comentará, cuando se cuenta con un mercado cautivo por falta de conocimiento. El azúcar sometido a temperaturas elevadas en el bombo de tueste se carameliza envolviendo con una cubierta negra al grano de café.

Y a todo esto, ¿Qué aporta el torrefacto a la taza de café? Un color muy oscuro, más cuerpo (parece más cargado) y lamentablemente mayor amargor y desagradables aromas a goma quemada. Por este motivo y también por la escasa calidad de la materia prima con la que se elabora, es necesario añadir azúcar a la inmensa mayoría de las tazas de cafés, porque por sí solos serían imbebibles. En otras palabras, es necesario equilibrarlos en términos gustativos.

El torrefacto antes era muy rentable porque abarataba el coste del kilo de producto, ya que nos están dando una parte de azúcar (la normativa permite hasta un 15% de adición) a precio de café, y hasta hace unos años el azúcar era bastante más barato que el café. En la actualidad, algunos cafés de bajísima calidad pueden acercarse a los precios del azúcar y algunos elaboradores especializados en 'cafés de precio' se sienten ahora cautivos porque el mercado lo sigue demandando y ya no les compensa tanto como antes.

Y las compañías azucareras están encantadas con esta práctica absurda: primero proporcionan azúcar (que el cafetero venderá a precio de café) para conseguir el requemado y, por ende, amargor; y luego venden más azúcar, ahora en sobrecitos, para compensar ese amargor excesivo y desagradable.

En segundo lugar, lo más interesante del torrefacto, como ya se puede intuir, es que resulta el vehículo ideal para camuflar cafés de baja calidad.

Haciendo un paralelismo, el torrefacto viene a ser como el tinto de verano, aunque hay diferencias a favor de la refrescante bebida veraniega.

Veamos, en lo que se parecen: obviamente en la baja calidad de la materia prima con la que se consiguen. Ni la persona más cándida de este mundo puede pensar que en un tinto de verano le van a dar un gran vino. Por otra parte, el camarero que lo sirve diría ¿Y para qué se lo van a dar si con la gaseosa no se puede apreciar su calidad?

Pues esa, o bastante parecida, podría ser la contestación de los tostadores de torrefacto, que lo suelen elaborar con los peores cafés robusta de Vietnam o del centro de África o de otros lugares de precio muy bajo, que con este producto es de lo que se trata.

Sin embargo, algunos tintos de baja calidad mejoran (se beben mejor, o al menos resultan bebibles) con la gaseosa, la rodaja de limón y los cubitos de hielo, pero el café verde por muy malo que sea empeora, aún más si cabe, cuando se convierte en torrefacto.

Los factores de calidad de la taza de café

La diferencia entre una buena taza de café y una mala taza es abismal desde el punto de vista organoléptico y lamentablemente no cuesta más barata por lo que merece la pena saber los establecimientos donde trabajan con buena materia prima. La obtención de una taza de café de calidad es el fruto del esfuerzo de diversos agentes y se debe a la conjunción de numerosos factores que influyen en la calidad de tan preciada infusión.

La materia prima . Influirán factores:

Botánicos : Coffea arabica o Coffea canephora (robusta) con sus múltiples variedades.
Ecológicos : microclima, terruño y altitud de la plantación.
Agrícolas (sistema de recolección) : lavado o no lavado.
Grado de frescura (café verde) : fresco, viejo, rancio, etc.
El tueste . Tienen vital importancia:
El proceso de tueste : natural, torrefacto.
El grado de tueste : bajo, medio, alto,
El envasado : grano (obviamente el recomendable) o molido.
La preparación de la taza . También es decisiva y se deben considerar:
La molienda (dependerá del sistema de preparación): fina, media o gruesa.
El agua y su temperatura : limpieza, dureza, etcétera.
La dosis (dependerá del sistema de preparación).
El sistema de preparación (cafetera) : Espresso, puchero, Kona, filtro y otras.

Por el disfrute que obtiene el consumidor de una maravillosa taza de café merece la pena todo el esfuerzo realizado en esta larga cadena de trabajo.

Si este asunto del café tiene el suficiente interés se podría continuar con alguna entrega posterior que sería deseable estuviera a cargo (si tiene tiempo) del citado experto docente en los cursos de sumiller porque los lectores lo agradecerían.

domingo, 3 de julio de 2011

La fábula del funcionario

Me ha llegado esto por correo electrónico y no he podido resistirme a publicarlo aquí. No se quien es el autor así que no puedo reivindicar su trabajo, pero aquí está.

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LA FÁBULA DEL FUNCIONARIO MALVADO


Érase una vez una nación dónde todo el mundo era feliz, donde un nene semianalfabeto sin la ESO se ponía a apilar ladrillos y ganaba 4000 euros al mes, dónde los ministros se entretenían encargando estudios estúpidos sobre la reproducción de la lagartija espongiforme, dónde a la oposición le regalaban trajes y se iban a puticlubs gastos pagados por el ayuntamiento de turno, dónde en el Senado se ponían traductores, dónde el mago bueno ZP cuidaba de todos, dónde todo era feliz y feliza (por aquello de la igualdad).

Pero en este bonito país no todo era perfecto, había un malvado llamado "El funcionario", vago entre los vagos, tomador de cafeses y fumador de cigarros, de trato desagradable, forrado y sinvergüenza, que vivía de lo robado a los honrados banqueros y políticos, a los honrados curritos que no defraudaban (sólo preguntaban con IVA o sin IVA).

Pues bien, nuestro protagonista el albañil era un tierno obrero salido de un instituto con 18 años sin aprobar ni el recreo llamado Jonathan, volvió un día del tajo y decidió comprarse un BMW serie 3 con el Pack Sport, llantas, y le puso fluorescentes y un equipo de música con subwoofer y una casita pareada.

En el banco, el señor director, muy amable le prestó el dinero sin ningún problema, mejorando su petición con más dinero que también le prestó para que se diera un homenaje en la Rivera Maya.

Pasó el tiempo y un mal día a Jonathan lo echaron del trabajo, ¿con qué iba a pagarse sus vicios? Y sobre todo, ¿su BMW? Apurado fue a ver al Sr. director del banco, que, muy simpático él, no pudo ayudarle, a pesar de que se desvivía por los necesitados. El Sr. director, compungido, al ver que Jonathan no podía pagar, y que el no cobraba, fue a ver al mago bueno, a ZP.

Mientras.... el malvado funcionario seguía trabajando en la sombra, envidioso él de nuestro amigo, que no tiene estudios y dilapidaba los euros que ganaba.

Un buen día, a nuestro mago bueno ZP, lo llamó papá Obama y mamá Merkel y le dijeron que esto no podía seguir así.

La solución estaba clara, salvar a Johnny y fastidiar al malvado. Le bajamos el sueldo al despreciable funcionario y ya está.

Secuencia: Jonathan no paga lo que debe al banco, el banco no cobra, el banco le pide pasta al Gobierno, el Gobierno se la da quitándosela al funcionario; o sea, el BMW y la casita lo paga el funcionario con su 5%. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.